Los sonidos son capaces de crear una realidad envolvente e inclusiva que, como un paraguas, acoge a todas las personas que los perciben. Es más, si nos dejamos envolver por ellos, los sonidos nos abren puertas a un montón de experiencias sensoriales de lo más diverso, incluso conocer otros lugares sin movernos de casa, solo prestando atención a lo que oímos.

En estos tiempos en que vemos limitados nuestros movimientos y en los que viajar es algo imposible a corto y medio plazo, Carlos García nos acerca un pedazo de sus viajes a través del Atlas de los Sonidos. Pequeñas postales sonoras que enviaba desde diferentes lugares, y con las que ha ido creando un recopilatorio de sonidos que nos trasladan a otros espacios, a países lejanos, a culturas exóticas o a momentos donde el contacto físico y la vida en la calle eran la norma.

Crujidos, sones, acentos, voces, pasos, cadencias y músicas, bullicio e incluso, silencio.

A través de este particular Atlas, Carlos nos acerca a su universo creativo, invitándonos a imaginar, a desarrollar nuestra creatividad a través de la experiencia sensorial que ofrecen los sonidos. Porque, aunque estemos con los ojos cerrados y sentados en el sofá en casa, esto va de ver y oír experiencias. De adentrarnos paseando –como modernos flâneurs– por las callejuelas y caminos que Carlos comparte en sus paisajes sonoros y que nosotros disfrutamos dejándonos guiar por él.

En este caso, viajamos a Teotihuacán, la ciudad sagrada de los dioses en México, yendo desde la pirámide del sol a la de la luna. De su mano, transitamos por un camino polvoriento, en el que nuestros pies van pisando la grava y la tierra del lugar, mientras a lo lejos se oye el sonido suave de una flauta.

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